lunes, 6 de diciembre de 2010

Frío


Sentía frío.
Pero no ese frío típico de cuando el invierno cae sobre tí y se ensaña con tus pies.
Sentía frío, pero frío del alma. Ese tipo de frío que pareces tener bajo la piel, sí, escalofríos extraños que no se van ni con traguitos suaves de café humeante.
Hacía semanas y semanas que fingía que nada ocurría, que era feliz, que se conformaba con la monotonía. Hacía ya bastante tiempo que se escondía en los silencios y se aislaba de miradas; que se inventaba aquellos sueños que no soñaba, porque no dormía. Simplemente, esperaba tranquilamente la llegada de cada amanecer que marcaba un nuevo día, entre nubes de humo con sabor a tabaco amargo. Los días morían, uno tras otro, se iban.
Los demás estaban convencidos de su felicidad fingida, o si no era la perfecta felicidad, al menos no sería una gran desgracia. Se comportaba con normalidad: se movía, andaba, veía, conversaba y lloraba de risa. ¿De risa? No, no era de risa, pero ellos no lo sabían. Lloraba por falta de risa, por ansia de ella, por motivos para ella...
Esos motivos que se habían esfumado, o que simplemente nunca había aparecido. Esos motivos que ansiaba ver en su espejo, en el reflejo de sí misma y no sólo conocerlos por los demás. No era envidia. O quizás un poco sí, envidia de sonrisas, envidia de latidos, envidia de...
Sentía frío.
Y para calmarlo, solamente, quemaba lágrimas.

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